Contrariando a nuestros políticos más encubrados diré que el principal enemigo de la familia no es la droga. El principal enemigo de la familia es la fascinación por el éxito.
En este sentido, Argentina es un caso más que paradigmático: debe ser una de las pocas cuestiones en la que realmente somos todos democráticos: esa fascinación no distingue estratos ni extracciones sociales. Todos somos exitistas y los somos en la mayor cantidad de ámbitos de la vida en los que nos resulte posible realizarlo.
Secundada por su manifestación concomitante (la fobia a toda forma de fracaso, desgracia o penuria, cual si se tratara de pestes de tipo contagioso) esa fascinación ha conducido a la disolución de más de una familia nuclear y al esfumamiento cuasi automático de lazos y de sentidos de pertenencia a familias más amplias. La de los tíos, los primos y subsiguientes laterales en las ramas del árbol genealógico, excepto el caso de aquéllos que, por su estado de bienestar, nos resultan de algún modo, semejantes.
Los pobres, los enfermos, los que no han tenido suerte en los negocios o en el matrimonio... esos parecen ser casos de cuidado a la hora de considerarlos familia.
Dada mi experiencia personal me tomo el atrevimiento de compartir con ustedes el nombre con que he bautizado a esos otros lados de la familia a los que nadie quisiera pertenecer jamás en la vida. Yo he llamado a esos lados: el lado de la familia que está meado por los perros. En mi caso particular he llegado a afirmar: meado por una banda de pterodáctilos en pleno vuelo.
Como corresponde: he sentido en carne propia el rechazo; esa sensación de estar siempre pidiendo disculpas por las carencias y las falencias. Por el olor a humedad en la casa. Por el inodoro viejo (el estilo bandejita). Por el regalo home-made y no comprado... He sentido con vehemencia la fuerza de la exclusión y de la autoexclusión.
Esa verguenza absurda, como de culpa: como si no tener éxito y no estar a la altura de las circunstancias (las circunstancias del resto) fuera porque uno se lo ha buscado. O se lo merece.
A ver si queda claro: no todos aquéllos a los que les va bien se lo merecen y no todos aquéllos a los que les va mal se lo merecen. Las cosas nunca son tan lineales.
¿Qué agregar?
Simplemente, un hecho de la realidad: cuando más huímos del fracaso, de la desgracia y de la penuria, más se nos acercan sus fantasmas y más la posibilidad de ser víctimas de ellos. Porque poquito a poco nos vamos quedando solos. Sin cobijo, sin contención, sin apoyos de ninguna naturaleza. Sin familia.
Lo que hacemos, vuelve.
Si esto puede o no conducir al consumo de drogas... es otra historia.
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