Una vez escribí un paper al que intitulé "Reserva Ecológica en la Costanera Sud - o las ventajas de no planificar". Considerando la evaluación que le dió el docente, fue sin dudas el peor trabajo que he realizado en mi vida como estudiante.
Sin embargo, es un trabajo del cual sigo estando orgullosa, por dos razones. La primera: aún hoy pienso que el planteo de base es cierto; la segunda, es un trabajo que, de algún modo, le debía a mi papá.
Palabras más, palabras menos, en ese trabajo caractericé a la Reserva como un fallo de planificación pública que la naturaleza resolvió aprovechar de modo inteligente, para darnos un respiro verde a los que vivimos en Buenos Aires.
Cuando escribí el trabajo, no consideré que los evaluadores tenían alguna vinculación histórica con el tema. Diré, en mi defensa, que por ese entonces yo era joven, pensaba que los docentes eran sólo docentes y, además, no había internet disponible para andar googleando a la gente.
Anyway, lo importante es que escribí esas hojas e intenté decir lo que tenía para decir. Quizá hoy lo diría mejor, con alguna vuelta menos.
La Reserva Ecológica no se hizo sola y lo que es más importante, no se hizo para ser Reserva.
Mi padre dirigió por años el relleno del Río, construyendo dedicadamente el suelo en el que hoy crecen tantos hermosos árboles y sobre el cual se extienden caminos por los que paseamos con nuestros hijos y las playas en las que nos sentamos a contemplar el Río. Paisaje extraño, casi surrealista, en el que asoman trozos de casonas antiguas y se retuercen hierros y fragmentos de columnas y cemento armado, como después de una gran devastación.
Ese trabajo lo hizo mi padre, acompañado por caballeros montados en gallardas topadoras, que iban, muy calculadamente, haciendo camino al andar (barreras de contención sobre el lecho del río), acumulando escombro y tierra, para dar forma a los piletones (recintos). Aquéllos que luego, se pensaba, serían rellenados entre las contenciones.
La historia normativa nos informa que el propósito primigenio de este relleno fue la ampliación de la planta urbana a través del proyecto que se conoció como Barrio Cívico, proyecto que proponía la edificación de una ciudadela administrativa sobre los predios ganados al agua. Hacia los ochenta, el proyecto se abandonó por causa, según dicen, de su elevadísimo costo.
Pero las obras continuaron, al menos, hasta que mi padre se jubiló. Para ese entonces comienza a registrarse un inesperado asentamiento de especies silvestres provenientes del litoral. "En 1985 el relleno albergaba 200 especies arbóreas y una población de aves con variedad superior a las 150 especies..." (aquí me estoy citando a mi misma).
Es ahí cuando diversas ONGs ambientalistas deciden movilizarse, impulsando proyectos para la preservación del área como santuario ecológico.
En el interin, la Reserva pretendió ser de todo: desde aeroparque a espacio para la práctica de deportes náuticos.
Hoy, como le dije a mi papá en el último momento, es un monumento que va a seguir estando allí mientras la naturaleza lo permita. Un monumento que se construyó a si mismo y a aquéllos que hacen bien su trabajo, a pesar de todo.
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