Kunta Giuliano Kinte

No hay sitio de genealogía familiar que se precie que no dedique unas líneas a explicar cómo el autor entró en contacto con el tema y cómo, a partir de ahí, la genealogía se volvió para él algo muy importante en su vida.
He leído historias de lo más variadas: desde aquélla vinculada a la necesidad de obtener datos para tramitar la ciudadanía (muy común entre nosotros, los argentinos que vivimos la crisis del 2001), hasta la que refiere al abuelo que tenía escrito ya bastante sobre el tema y legó el mamotreto para que fuera continuado por las generaciones futuras. La que me pareció más graciosa: aquélla en la que el autor narra cómo, intentando obtener financiamiento para una beca de estudios, propuso como tema a Beccaria y terminó encarando una investigación y escribiendo un libro sobre la inmigración y la genealogía de las familias piamontesas en Argentina, tema que al gobierno italiano le parecía más relevante.
Hay de todo, y entre ese de todo, está mi caso.
Una de las ocupaciones centrales en mi vida ha sido la de entender. Concretamente: entender el por qué de nuestro aquí y ahora y, si se quiere, su propósito.
En algún momento algo me debe haber hecho pensar que mirando hacia atrás, hacia los abuelos y hacia los bis, quizá encontrara alguna pista para entender mejor esas cuestiones. Y así como una cosa lleva a la otra, los bisabuelos nos llevan a los tatara y, con un poco de suerte, a los choznos. Entonces uno se entusiasma y sigue, siempre tratando de poder ver un poco más atrás y de encontrar algo que nos ayude a entender mejor nuestra realidad.
Para ser honesta, desde esta perspectiva no he avanzado mucho. El aquí y el ahora me sigue pareciendo confuso y el propósito, tan en incógnita como al comienzo de la ricerca. Pero pienso que, como en otras tantas cuestiones en la vida, a veces lo importante no es el punto de llegada sino el camino que uno va recorriendo.
Y es así como hoy me encuentro valorando todo lo que me puede llevar a completar esos grandes blancos que quedan entre dos fechas (la de nacimiento y la de defunción), cuando uno descubre un nuevo antepasado en la lista.

Detrás de un árbol genealógico está siempre el legado que uno pretende dejarle a los hijos o a los más jóvenes de la familia. Yo he visto que un árbol no es tanto una gran cantidad de nombres y de fechas, sino una buena historia. Los nombres y las fechas son casi instrumentales.

Pienso en aquella novela que escribió Alex Hailey, la que dió lugar a la miniserie de Kunta Kinte. Alguna vez leí que lo que empujó al autor en su investigación y a la construcción de ese relato fue la sensación de soledad étnica. Esa soledad lo habría llevado a buscar sus raíces, su identidad, en otra parte.
Con el tiempo me he dado cuenta de que esa soledad de la que hablan los que saben tiene más de una faceta. No se reduce al sentimiento de desarraigo ni a la nostalgia por la que era la madre tierra. Al fin y al cabo, quién más, quién menos en Argentina, todos somos frutos de más de una madre y, aunque quisiéramos, nos costaría identificar cuál es la tierra por la cual tenemos que sentir la nostalgia.
Del concepto, yo me quedo con la parte de la soledad, esa parte que nos hace sentir extrañitis sin tener en claro respecto de qué la sentimos exactamente.
A estas alturas del trabajo pienso que la añoranza tiene que ver más con la falta de pertenencia a algo que nos supera y nos contiene que con algún objeto en particular. Algo que nuestros antepasados tenían y que nosotros hemos ido perdiendo con el transcurso del tiempo: la convicción y la conciencia de formar parte de una familia.
Reconstruir la historia familiar es como una vacuna para prevenir la tendencia a la disolución. Cuando recordamos que venimos de los mismos; cuando reparamos en que el legado que compartimos es común, sólo ahí podemos darnos cuenta de que lo que nos une y nos mantiene unidos no es la concesión graciosa de un llamado telefónico cada tanto, ni las visitas más o menos entusiastas. La unión está dada por lo que ya está ahí, incólume e inmodificable, pese a que decidamos ignorarlo o valorarlo.
La unidad se mantiene cuando aceptamos, que más allá de nuestros nombres y de nuestras fechas, somos, de algún modo, lo mismo. Los brotes de un tronco común.

2 comentarios:

  1. Estimado/a; (ignoro tu nombre) pero te envío estas letras con el unico ánimo de comentarte que comparto toda y cada una de las tuyas, sin quitar y sin poner nada.-
    Has pintado tal cual siento "el sagrado árbol genealógico" que todos debieramos armar para los que "vienen".-
    Un saludo cordial
    jjce54@gmail.com

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  2. Me alegra que mis palabras logren reflejar lo que sé que muchos sienten en torno a estas cuestiones y que de algún modo nos hagan sentir acompañados.
    Mucho éxito en tu tarea jjce!

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