Margarita Bruera, una hija más

Los Bruera están emparentados con nuestra familia por el lado de los Vaieretti.
Resulta que Teresa Vaieretti era medio hermana de mi abuela María Vaieretti por el lado de su madre, Dominga Palmero, casada en primeras nupcias con Félix Vaieretti.
La tal Teresa, que era bastante mayor que mi abuela, casó con un Bruera, de nombre Domingo. Tuvieron una hija, a la que llamaron Margarita.
Margarita era pues, medio sobrina de mi abuela María.

Domingo Bruera tenía un hermano, Gabriel Bruera, que vivía en Las Rosas, cuya hija se llamaba Selene.

Teresa murió al dar a luz a Margarita. Y Domingo, que a todas luces no podemos comparar con mi bisabuelo Gerónimo, en lugar de enseñar a su hija a cocinar y coser, la puso de boyero en la chacra.
Llegado a oídos de mi abuela esta situación, partió presta rumbo a La Cañada, encontrándose con Margarita en estado tal, que prácticamente no la reconoció. Margarita (que sería una preadolescente) parecía un varoncito, y de esos bien pobres y mal entrazados.

A decir verdad, Domingo se había vuelto a casar -hasta aquí cierto paralelo con el cuento de la Cenicienta- y poco tiempo dedicaba a Margarita.

María, que no podía con el genio (y ciertamente no creo que hiciera mucho para torcer su naturaleza), decidida a cambiar en algo la suerte de su medio sobrina, propuso a Domingo criar a su hija, llevándosela para Montes de Oca.

Así es que Margarita pudo disfrutar de unos buenos años de vida, como una hija más, recuperando el aspecto de señorita y aprendiendo cosas que, en aquélla época, hacían las delicias de las mujeres: por ejemplo, bordar su ajuar y a aprender a coser con Delia Odetto, con quién se cosió su propio vestido de novia.

Margarita casó con un tal Maino de General Roca, pero hasta ese momento, compartió la casa con la familia de mi abuela. Instalados en Jesús María (Provincia de Córdoba), a dicha no la acompañó en este matrimonio, pero eso ya excedía la capacidad de mi abuela para torcer el destino de las personas. Su marido la dejó, sin hijos, y, aunque varias veces visitó a mi abuela en Montes de Oca, fallecida ésta, perdimos su rastro.

De vivir, hoy Margarita tendría como noventa años.

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