De chico a uno le pueden contar muchas cosas y uno puede entenderlas, pero a veces con el razonamiento no alcanza.
Eso me pasó a mi respecto de la existencia de mis abuelos maternos. Yo calculo que al día siguiente de nacida, mi mamá ya había empezado a hablarme de ellos. Para mis cinco años, Juan Giuliano y María Vaieretti eran tan reales como lo pueden ser las personas que uno no conoce porque viven lejos; no porque hayan fallecido.
De modo tal que, en ocasión de la primera visita a Montes de Oca de la cual tengo registro, no encontrarme con mis abuelos fue algo bastante consternante. Se ve que en algún rinconcito de la mente pululaba, alegre hasta ese momento, una fantasía en la que los abuelos aún estaban en Montes de Oca, tal como lo estaban en el recuerdo.
Los choques realidad / fantasía no son fáciles, pero siempre hay alguien que nos manda una ayuda desde arriba.
En este caso, la ayuda estuvo encarnada en la persona de Celia. Para decirlo fácil, Celia fue en ese momento, y en los sucesivos, testigo fiel y prueba viviente de que mis abuelos no eran una fantasía; de que habían existido y de que habían sido tal como mi mamá me relatara.
Ver a Celia fue y sigue siendo, ver a mis abuelos.
A ella y a su esposo Guillermo, que eran vecinos de Juan y María, les debo esto y muchos otros buenos recuerdos. Incluido aquél de una mesa en la que nos compartieran los mejores chorizos caseros que he probado. Compiten en la memoria con las vizcachas en escabeche de Zumelso Toia. Pero esa es, como tantas otras, otra historia.
Sigue comentando mi madre: Guillermo Jordán era un aliado indispensable en la crianza de los nietos de Juanito. Me refiero a mis primos, los hijos de Ildo. Los que tuvieron la suerte de conocer a su abuelo.
ResponderEliminarJuan Giuliano ya estaba grande y los chicos parece que eran bastante difíciles de gestionar. Por ejemplo, Gustavito, que después de alguna travesura salía corriendo. El que corría detrás suyo, en socorro de mi abuelo, era Guillermo.